Peter Singer: ¿El Dios del sufrimiento?
Peter Singer, profesor de Bioética en la Universidad de Princeton y profesor laureado de la Universidad de Melbourne, es uno de los especialistas en ética más destacados del mundo.
Project Syndicate, 2008.
Traducción de Kena Nequiz. El País, 1-6-08
Los cristianos así lo creen.
No obstante, todos los días nos enfrentamos a un motivo poderoso para dudarlo:
en el mundo hay mucho dolor y sufrimiento. Si Dios es omnisciente, sabe cuánto
sufrimiento hay. Si es todopoderoso, podría haber creado un mundo sin tanto
dolor, y lo habría hecho si fuera absolutamente bueno.
Los cristianos generalmente responden que Dios nos
concedió el don del libre albedrío, y por lo tanto no es responsable del mal
que hacemos. Pero esta respuesta no toma en cuenta el sufrimiento de quienes se
ahogan en inundaciones, se queman vivos en incendios forestales provocados por
un rayo o mueren de hambre o sed durante una sequía.
Los cristianos tratan de explicar este sufrimiento diciendo que todos
los seres humanos son pecadores y merecen su suerte, por espantosa que sea.
Pero los bebés y niños pequeños tienen las mismas probabilidades que los
adultos de sufrir y morir en desastres naturales y parece imposible que lo
merezcan.
Una vez más, algunos cristianos sostienen que todos hemos heredado el pecado
original cometido por Eva, que desafió el decreto de Dios de no comer del árbol
del conocimiento. Esta es una idea repelente por partida triple, ya que implica
que el conocimiento es malo, que desobedecer la voluntad de Dios es el mayor de
todos los pecados y que los niños heredan los pecados de sus antepasados y
pueden ser justamente castigados por ellos.
Aun si aceptáramos todo esto, el problema sigue sin solución. Los animales
también sufren a causa de las inundaciones, incendios y sequías y, puesto que
no descienden de Adán y Eva, no pueden haber heredado el pecado original.
En tiempos pasados, cuando el pecado se tomaba más en serio que hoy en día, el
sufrimiento de los animales planteaba un problema particularmente difícil a los
pensadores cristianos. El filósofo francés del siglo XVII René Descartes lo
resolvió mediante el drástico recurso de negar que los animales puedan sufrir.
Sostenía que los animales eran simplemente mecanismos ingeniosos y que no se
debían tomar sus chillidos y contorsiones como señal de dolor, de la misma
manera que no se toma el ruido de un reloj despertador como señal de que tiene
conciencia. Es poco probable que las personas que tienen un gato o un perro
encuentren convincente ese argumento.
El mes pasado, en la Universidad de Biola, una escuela cristiana en el sur de
California, debatí la existencia de Dios con el comentarista conservador Dinesh
D'Souza. En los últimos meses, D'Souza ha insistido en discutir con ateos
prominentes, pero a él también le costó trabajo encontrar una respuesta
convincente al problema que he descrito.
Primero dijo que puesto que los seres humanos pueden vivir eternamente en el
cielo, el sufrimiento de este mundo es menos importante que si nuestra vida en
este mundo fuera la única que tuviéramos. Eso sigue sin explicar por qué un
dios todopoderoso y absolutamente bueno lo permitiría. Por insignificante que
sea este sufrimiento desde la perspectiva de la eternidad, el mundo estaría
mejor sin él, o al menos sin la mayor parte de él. (Algunas personas afirman
que necesitamos algo de sufrimiento para apreciar lo que es ser feliz. Tal vez,
pero ciertamente no necesitamos tanto).
A continuación, D'Souza adujo que como Dios nos dio la vida, no estamos en
condiciones de quejarnos si no es perfecta. Utilizó el ejemplo de un niño
nacido sin una pierna. Dijo que si la vida en sí misma es un don, no se nos
hace un daño si recibimos menos de lo que podríamos desear. En respuesta,
señalé que nosotros condenamos a las madres que dañan a sus bebés mediante el
uso de alcohol o cocaína durante el embarazo. No obstante, ya que le dan la
vida a sus hijos, parece que según la opinión de D'Souza lo que hacen no tiene
nada de malo.
Por último, D'Souza recurrió, como lo hacen muchos cristianos cuando se les
presiona, a la afirmación de que no podemos esperar entender los motivos de
Dios para crear el mundo tal como es. Es como si una hormiga tratara de
entender nuestras decisiones, por lo insignificante que es nuestra inteligencia
en comparación con la infinita sabiduría de Dios. (Ésta es la respuesta que se
da de forma más poética en el Libro de Job). Pero una vez que abdicamos así de
nuestra capacidad de raciocinio, bien podemos creer lo que sea.
Además, la afirmación de que nuestra inteligencia es insignificante en
comparación con la de Dios presupone exactamente el punto que se está
debatiendo: que existe un dios omnisciente, omnipotente y absolutamente bueno. Las evidencias que tenemos ante nuestros propios ojos
indican que es más razonable creer que el mundo no fue creado por dios alguno.
Si de cualquier forma insistimos en creer en la
creación divina, nos vemos obligados a admitir que el dios que creó el mundo no
puede ser todopoderoso y absolutamente bueno. O es malvado o no es muy hábil.
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MORALIDAD SIN DIOS
MARC HAUSER - PETER SINGER
4-1-2006 http://www.project-syndicate.org/commentary/godless-morality/spanish#AvJmtsuGEiW0vG2b.99
Un segundo problema es el de que no hay principios morales que compartan todas las personas religiosas, independientemente de sus creencias concretas, pero no los agnósticos y los ateos. De hecho, los ateos y los agnósticos no actúan menos moralmente que los creyentes religiosos. Con frecuencia los no creyentes tienen un discernimiento tan intenso y correcto del bien y del mal como cualquiera y han laborado en pro de la abolición de la esclavitud y han contribuido a otros esfuerzos para aliviar el sufrimiento humano. Lo opuesto también es cierto. La religión ha incitado a personas a la comisión de una larga letanía de crímenes horrendos: la Inquisición, los innumerables conflictos entre musulmanes suníes y chiíes y quienes cometen atentados suicidas con bombas, convencidos de que irán al Paraíso.
La tercera dificultad para la opinión de que la raíz de la moralidad es la religión es la de que algunos elementos parecen universales, pese a las profundas diferencias doctrinales entre las más importantes religiones del mundo. De hecho, esos elementos se dan incluso en culturas como la de China. Tal vez un creador divino nos brindara esos elementos universales en el momento de la creación, pero otra explicación es que a lo largo de millones de años hemos obtenido una facultad moral que infunde intuiciones sobre el bien y el mal. Partiendo de argumentos teóricos procedentes de la filosofía moral, permite resolver la antigua controversia sobre el origen y la naturaleza de la moralidad.
Examine el lector los tres casos hipotéticos siguientes. En cada uno de ellos, rellene el espacio en blanco con obligatorio, permisible o prohibido.
1. Un vagón de carga descontrolado está a punto de atropellar a cinco personas que caminan por la vía. Un trabajador ferroviario está junto a un cambio de vías que puede desviar el vagón a otra vía, en la que matará a una persona, pero las otras cinco sobrevivirán. Accionar el cambio de vías es...
2. Pasa usted junto a una niña pequeña que está ahogándose en un estanque poco profundo. Si saca a la niña, ésta sobrevivirá y sus pantalones se pondrán perdidos. Rescatarla es...
3. Cinco personas acaban de ser llevadas a toda prisa al hospital en estado crítico y cada uno de ellas necesita un órgano para sobrevivir. No hay tiempo suficiente para pedir órganos de fuera del hospital, pero hay una persona sana en la sala de espera del hospital. Si el cirujano obtiene los cinco órganos de esa persona, ésta morirá, pero las cinco que están en estado crítico sobrevivirán. Obtener los órganos de la persona sana es(tá)...
Si el lector ha considerado el caso 1 permisible, el caso 2 obligatorio y el caso 3 prohibido, han hecho lo mismo que las 1.500 personas del mundo entero que respondieron a esos dilemas planteados en nuestros tests sobre el sentido moral, que figuran en una página web ttp://moral.wjh.harvard.edu/. Si la moralidad es palabra de Dios, los ateos deberían juzgar esos casos de forma diferente a la de las personas religiosas y sus respuestas deberían deberse a justificaciones diferentes.
Por ejemplo, como los ateos carecen supuestamente de una brújula moral, deberían guiarse por el puro y simple interés personal y pasar de largo ante la niña que está ahogándose, pero no había diferencias estadísticas significativas entre los sujetos con una formación religiosa y los carentes de ella, pues el 90%, aproximadamente dijeron que es permisible accionar el cambio de vías, el 97% que es obligatorio rescatar a la niña y el 97% que está prohibido obtener los órganos de la persona sana.
Cuando se les pide que justifiquen por qué algunos casos son permisibles y otros están prohibidos, los sujetos no saben hacerlo u ofrecen explicaciones que no dan cuenta de las diferencias pertinentes. Es importante destacar que entre los que tienen una formación religiosa haya tantos que no responden o dan explicaciones incoherentes como entre los ateos.
Esos estudios dan soporte empírico a la idea de que, como otras facultades psicológicas de la mente, incluidos el lenguaje y las matemáticas, estamos dotados de una facultad moral que guía nuestros juicios intuitivos sobre el bien y el mal. Lo que fue bueno para nuestros antepasados puede no serlo hoy, pero las apreciaciones sobre el paisaje moral en transformación, en el que cuestiones como las de los derechos de los animales, el aborto, la eutanasia y la ayuda internacional han pasado a primer plano, no procedían de la religión, sino de la reflexión profunda sobre la humanidad y lo que consideramos una vida apropiada.
A ese respecto, es importante que conozcamos el conjunto universal de intuiciones morales para que podamos reflexionar sobre ellas y, si así lo decidimos, no respetarlas. Podemos hacerlo sin blasfemar, porque es nuestra propia naturaleza, no la de Dios, la que es el origen de la moralidad.
M. HAUSER es director del Laboratorio de Neurociencias de la Universidad de Harvard (EE. UU.)
P. SINGER es profesor de Bioética en la Universidad de Princeton (EE. UU.) © Project Syndicate, 2006. Traducción: C. Manzano

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