viernes, 18 de mayo de 2012

articulos MANUEL VICENT

Preguntas
El Pais 9-7-2006


Periodista, escritor. Es una constante en la escritura de Vicent el juego de oposiciones y dualidades, contrapuntos, ideas binarias, antítesis: lo sublime y lo banal, lo cotidiano y lo trascendente, lo bello y lo grotesco, el idealismo y el pragmatismo, la racionalidad y el instinto, el misticismo y el descreimiento, Dios y el carpe diem se confrontan una y otra vez en los textos vicentinos.

Si los teólogos supieran a ciencia cierta que Dios no existe, no por eso dejarían de hacer teología. El silencio de Dios es un hilo de seda con el que los teólogos siguen elaborando desde la Edad Media profundas consideraciones sobre nada, sutilísimas distinciones bizantinas, que ni siquiera han servido para capar hormigas.
No obstante, en la historia de la humanidad la teología ha causado ríos de sangre. Ratzinger es un teólogo capaz de hacer encaje de bolillos alrededor de Dios con la misma naturalidad con que otros se cortan las uñas. Pero hace poco, durante su visita al campo de exterminio nazi en Auschwitz, en medio de aquel terror, se olvidó de los jeribeques metafísicos y lanzó hacia las nubes una pregunta terrible como la hubiera formulado cualquier humanista agónico: "¿Dónde estabas, Señor, mientras este horror sucedía?" Ahora, después del trágico accidente de Valencia, en el funeral que se celebró en la catedral por las víctimas ante las fuerzas vivas del Estado, el arzobispo del ramo formuló esa misma pregunta al Altísimo: "¿Dónde estabas mientras el metro recorría el túnel entre la plaza de España y la estación de Jesús?". En ambos casos Dios ha sido duramente interrogado por sus representantes en la Tierra y Él se ha acogido al derecho de no contestar como muchos acusados cuando son requeridos por el fiscal para que cuenten dónde se encontraban en el momento del crimen. El silencio de Dios es muy cómodo. Es un agujero negro capaz de tragarse las galaxias y junto con ellas toda la mierda humana que sea necesaria para que ciertas gentes puedan dormir tranquilas. Si Dios calla después de un gran cataclismo de la naturaleza y no reivindica los terremotos e inundaciones que se llevan por delante a miles de inocentes, ¿por qué tiene que dar la cara un político por un accidente de metro? Aparte de la supuesta ira de Dios y del terrorismo de los fanáticos, está el terrorismo de la chapuza, de la desidia de los políticos y de la codicia de los tiburones. Si el Papa y el arzobispo de Valencia hubieran estado seguros de que Dios iba a contestar a sus preguntas, no lo habrían interrogado. Pero ellos saben que Dios seguirá guardando silencio y bajo esa sopa metafísica seguirán haciendo teología entre el dolor de los inocentes y las injusticias. Puede que el Papa se asome al túnel fatídico de Valencia pero allí no estará Dios porque el Dios de Ratzinger es demasiado alambicado para viajar en metro y menos en esa línea con vagones tercermundistas.

                                               - - - - - - - - - - - - - -
Dioses
El País 24/05/2009

"Si hubiera dioses yo quisiera ser dios. Por tanto no hay dioses”. Así habló Zaratustra, el muñeco ventrílocuo de Nietzsche, con un orgullo que le salió directamente de la tripa. Negar a los dioses o arrojarlos por la borda me parece una forma demasiado ruda de librarse de la desgracia de ser humano. Pese a lo que diga Zaratustra los dioses existen. De hecho cualquiera puede ser dios si uno no espera demasiada gloria de ese oficio. No es tan difícil. Incluso tú mismo, sin ir más lejos, puedes realizar actos que estaban fuera del alcance de los dioses antiguos. No hubo habitante en el Olimpo que supiera quemar como Bogart cualquier pasión en la brasa de un Chesterfield demorando la muerte en cada calada. Ni en el paraíso existirá nunca un morbo comparable con el que te ofrece esa chica desconocida en el vagón del suburbano invitándote con la mirada a apearte en su misma parada. Hubo un momento en que toda la belleza del universo se concentró en la mandíbula de Ava Gardner. La frustración de Nietzsche consistía en que no podía ser dios. Probablemente habría superado esa neurosis si en lugar de caer en brazos de la histérica Lou-Salomé en las brumas de los Alpes, hubiera soñado con el placer de sorprenderse vivo bajo una parra junto al Egeo mientras sonaba un acordeón sobre una cazuela de mejillones. Los dioses antiguos vivían enjaulados en el tiempo y en el espacio infinitos sin poder librarse de esa maldición; en cambio cualquier mortal puede reducir con la mente el tiempo a un cuarto de hora de felicidad y el espacio a un lugar del sur donde vuelen las alfombras. Esa facultad es la primera prueba de tu omnipotencia. Puedes ser inmortal con sólo comerte un higo mientras concentras todo el deseo en ciertos labios. Al final de la vida siempre se llega con la sensación de que no se ha conseguido realizar los sueños. Sólo los tontos mueren satisfechos, pero no existe persona inteligente a la que el azar le ha negado un día de gloria en un ínfimo reino, en el que por un instante fue dios. Puede que ese reino fuera sólo el espejo del cuarto de baño donde se reflejaba tu juventud, en el que alguien, que acaba de salir, había dejado escrito con un lápiz de labios: tienes el pan en el tostador y el zumo en la nevera, te amo.
                                                     - - - - - - - - - -
                                            
Doble llave
El País 30-1-2005

En todas las grandes ceremonias del Vaticano se repite la misma estampa: bajo unas vestiduras bordadas en oro, rodeado por un cúmulo de obispos y cardenales cargados igualmente con terciopelos y brocados, el Papa se exhibe ante los fieles de todo el mundo al pie de una cruz donde cuelga su Dios desnudo. Coronado con una mitra que no se ha movido desde el tiempo de los faraones y amparado por el esplendor de unos mármoles que labraron Miguel Ángel y Bernini, el Papa encima aún se queja. Desde su alta poltrona se lamenta del ateísmo, del laicismo, de la persecución religiosa y del rumbo pecaminoso que ha tomado la humanidad. Si a lo largo de la historia la Iglesia no ha hecho más que equivocarse en todo, salvo en que la vida es una herida mortal de necesidad, ignoro por qué el Papa se permite el lujo de instalar la culpa en nuestra nuca y no en la suya. Si hasta hace poco, contra toda demostración, aun sostenía que el sol giraba alrededor de la tierra, si se negaba a admitir la evolución de las especies, si mandaba a la hoguera a quien osara pensar libremente, si se enfrentaba a cualquier avance de la ciencia y aun hoy se resiste a entrar en el espacio de la razón, no sé en que funda la Iglesia su derecho a enseñar nada a nadie. Sólo el vacío metafísico se oculta bajo su pesada guardarropía. Franklin inventó la mecedora, que sirvió para que obispos e inquisidores se balancearan plácidamente, pero no evitó que fuera execrado y maldecido por ellos porque también inventó el pararrayos, con el cual creían que desafiaba la ira de Dios. No obstante, ese artilugio impío ahora está instalado, por si acaso, en la cúpula de San Pedro de Roma y también en todos los campanarios. La ciencia ha reducido el Génesis a un cuento oriental. En plena retirada frente al racionalismo la Iglesia se ha quedado con dos llaves cuya propiedad considera no negociable en absoluto: con una abre la puerta de la vida, con otra la cierra dando paso a la muerte, un doble peaje bajo su estricto control. Hoy los laboratorios de genética le disputan con ventaja la entrada en este mundo y mientras allí los embriones realizan el asalto definitivo al viejo castillo de la teología, el Papa arremete obsesivamente contra el preservativo, una simple goma que parece toparle todo el horizonte. Esta Iglesia que condenó la anestesia y el parto sin dolor, conserva todavía la llave del más allá y manejando ese terror se siente fuerte, pero llegará el día en que devuelva también esa llave al Dios desnudo y nos deje morir en paz con la máxima elegancia posible.
                                                           - - - - - - - - - -
Creencias
El País 12-9-2010

"Uno de los misterios del cerebro humano consiste en que un premio Nobel de física puede ser miembro al mismo tiempo de la secta de la Lagartija Dorada. A lo largo de la evolución de nuestra especie el córtex, donde radica la inteligencia, se sobrepuso a los bulbos del límbico, que gobiernan nuestras emociones. Desde ese momento la ciencia y las creencias han seguido caminos dispares, con el ángulo cada día más abierto, pero ciertos individuos tienen la capacidad de vivir con ese ángulo cerrado sin experimentar ninguna contradicción: pueden investigar en un laboratorio la aplicación de las células madre y pertenecer a la Adoración Nocturna, ser expertos en biología molecular y ponerse un capirote de nazareno para llevar en andas a una Dolorosa atravesada por siete espadas. No obstante, hay que andar con cuidado con este tipo de gente. Se comportan de forma pacífica y racional si pones en cuestión cualquier problema científico; en cambio se convierten en seres muy agresivos y peligrosos si te burlas de la patrona de su pueblo o del fundador de su orden religiosa o de la bandera de su nación. La ciencia es expansiva, universal y positiva bajo el patrocinio de san Pitágoras, san Newton, san Galileo, san Fleming, san Einstein; en cambio las creencias son más intensas y fanáticas a medida que están más concentradas en un ídolo, en un símbolo, en un sentimiento. Si un japonés, un hindú, un noruego descubre una nueva vacuna, o da un paso adelante en el genoma o inventa un aparato muy cómodo para depilarse la axila, la humanidad entera lo acepta al día siguiente sin distinción de razas ni de dioses, pero no le toques el toro ensogado de las fiestas de su aldea, ni su equipo de fútbol, ni la romería a la ermita, ni las mantecadas que hacía su abuela, porque entonces ese científico, que en el laboratorio investiga el límite del universo donde se precipitan las galaxias, puede convertirse en una fiera o en un idiota. Sucede lo mismo cuando la política se convierte en una creencia. Ya es un clásico preguntarse por qué existen pobres que votan a la derecha y ricos que votan a la izquierda. Se debe a que el cerebro humano, del rico y del pobre, del amo y del criado, está a medio cocer todavía".

Una vez leído el artículo ¿cómo puedo sorprenderme todavía de que los teístas que pululan por estos foros (que no son precisamente ni premios Nobel ni expertos en el conocimiento) tengan las absurdas creencias que defienden a capa y espada? Debe ser que estos cerebros están, no a medio cocer sino a un cuarto de cocer. Esperemos que ante las dos posibilidades que apunta Vicent: fiera o idiota, se queden sólo en idiotas
.


 
El PAPA y la carne femenina
Nov-1980

El Papa de Roma ha recomendado a sus súbditos  casados que dejen de mirar a la mujer propia con deseo libidinoso si no quieren cometer adulterio. Es un detalle de buen gusto, aparte de una obviedad porque, según la versión más moderna, el matrimonio sólo consiste en hacer el amor sin ganas y dar dinero para la compra. Realmente sería una ordinariez poner ojos de sátiro o morderse la lengua con lascivia ante la legítima esposa, que está dando cera al aparador con bata de cuarterones, la cabeza coronada de bigudíes y las medias bajadas hasta la babucha. El matrimonio es otra cosa, un negocio, tan honorable como una empresa de fideos, no tiene nada que ver con la pasión ardiente que hace saltar en pedazos el libro de contabilidad. La opinión del señor Wojtyla es la propia de un gimnasta polaco enamorado de Dios y de sus bíceps que se pega una sesión de paralelas antes de misa de ocho. Tampoco se trata de un juicio revolucionario. Más bien se inscribe en la tradición judeocristiana de la ética soxofóbica que considera al ser humano, de ombligo para abajo, como una letrina y a la mujer en concreto toda ella un sumidero de concupiscencia, aunque se admita que es capaz de preparar a veces una torta de pan ácimo o una sopa juliana que no está del todo mal.
De modo que el Papa prohíbe los juegos eróticos en el lecho conyugal, manda que se vaya directamente al grano en plan estajanovista y que se tome el sexo como instrumento de trabajo. Por su parte los obispos no quieren que la gente se divorcie. Tanto si lo tomas como si lo dejas, si te pasas como si te quedas corto, en ambos casos por igual te ves amenazado por el fuego del infierno. No resulta raro entonces que Orígenes, Padre de la Iglesia, decidiera tirar por la calle del medio y cortara los testículos en nombre de Dios, para salir del dilema. Así están las cosas. Pero los que no tengan el valor de Orígenes pueden adoptar el remedio medieval de la chèmise cagoule, un rústico camisón cerrado por el cuello, las muñecas y los tobillos con un agujero estratégico a la altura de la herramienta a través del cual el marido podía fecundar a su mujer los días que no fueran de ayuno o abstinencia, viernes de cuaresma o vísperas de Navidad. La prenda no es tan insólita. Sin ir más lejos así se trabajaba el débito un catedrático de Derecho Civil que tenía yo en Valencia, lo que se dice un santo.

Habitamos un valle de lágrimas, no hay que olvidarlo, donde la mujer más apetecible siempre la tiene el prójimo. En el Evangelio según San Mateo dice Jesús: “Vosotros habéis oído que los antiguos dijeron: no cometerás adulterio. Pero yo os digo: cualquiera que mira a una mujer para desearla ha cometido adulterio con ella en su corazón”. En el texto no se especifica el estado civil del enamorado. Pero el Papa Wojtyla lo aclara. Se puede cometer adulterio sin salir de casa, sin abandonar la salita de estar, basta con que mires de reojo a tu señora con los párpados entornados por un celo no profesional para que sientas que el brasero de la mesa camilla se convierta en una caldera de Pedro Botero. El señor Wojtyla acaba de recordar lo que ya dijo en la Edad Media Pedro Lombardo en el tratado De excusatione coitus: “El que ama demasiado ardientemente a la esposa, comete adulterio”. Pero esta locura arranca de más atrás. San Jerónimo ya advirtió que el matrimonio es siempre un pecado, San Agustín nos recuerda que el hombre es engendrado y nace entre heces y orinas, Tomás de Aquino remacha que el acto conyugal en el fondo ofende a Dios y así sucesivamente una larga lista de reprimidos sexuales que han torturado su mente en torno a ese calambre glorioso de la uretra que en el fondo es algo hermoso, simple e inofensivo si se toman las debidas precauciones. El remedio para sacrificar el matrimonio nos lo ofrece el monje Bernardino de Siena al proponer como modelo a dos santos esposos que no querían profanar el sacramento con las obscenidades del bajo vientre y pasaron la noche de bodas entre dramáticas angustias y al final resolvieron consumar sus deberes conyugales con llantos y lamentos. Aproximadamente eso es la santidad, pero si compras un látigo de sex-shop y haces penitencia erótica entonces, te conviertes en un aberrante, en un impúdico pecador, de modo que estás en el filo de la navaja y no tienes escapatoria.

Si la Iglesia Católica hace reverdecer ahora sus convicciones medievales respecto al sexo, esto se puede convertir en un manicomio general. La tradición judeocristiana no le tiene ninguna simpatía a la mujer, por decirlo de una forma suave. Desde San Odón de Cluny que la llama bolsa de estiércol a San Luis Gonzaga al que se le subía el rubor hasta las orejas cuando miraba a su madre, desde el Eclesiatés a la alocución dominical del Papa Wojtyla las señoras constituyen un vaso de lujuria, se establecen como la perdición de los hombres. Queda una solución. Pedir el divorcio....

El adulterio es un motivo más que sobrado. Resulta que un cristiano ve todos los días a su mujer con fregona y se pone cachondo. Yo pregunto si se puede alegar este deseo impúdico delante del juez, contando con toda la jurisprudencia misógina de la Biblia, para repartirse amigablemente la loza y salir pitando cada uno por una esquina. Si el hogar se ha convertido de hecho en un prostíbulo, donde cada mirada a los bajos de la mujer es un desafío al sacramento, si cada gruñido amoroso atenta no sólo contra el reglamento, sino que te puede proporcionar la perdición eterna, no encuentro obstáculo para que un católico pueda acudir al juzgado con un certificado médico de normalidad sexual y pedir el divorcio por adulterio con su esposa. Y encima pasa por santo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario