domingo, 6 de mayo de 2012

RICKY GERVAIS: mensaje navideño

dic. 2010

Un mensaje navideño de Ricky Gervais: Por Qué Soy Ateo

 

Ricky Gervais, escritor, músico, humorista y actor de cine. Es el creador de la serie de televisión “The Office” y  escritor y estrella del programa de HBO.  Ganador del Globo de Oro a la Mejor Serie de Comedia y Mejor actor cómico.

¿Por qué no crees en Dios? La gente me pregunta eso todo el tiempo y siempre trato de darles una respuesta sensible y razonada. Lo cual es a menudo fútil, incómodo y una pérdida de tiempo. La gente que cree en Dios no necesita prueba de su existencia y, con toda seguridad, no desea que se le presente evidencia de lo contrario. Están felices con sus creencias. Incluso dicen cosas como “para mi es la verdad” y “es un asunto de fe”. A pesar de esto, yo insisto en darles mi respuesta más lógica porque siento que no ser honesto sería desdeñoso y descortés. No deja de ser irónico que una frase como: “no creo en Dios porque no hay absolutamente ninguna evidencia científica que pruebe su existencia y, por lo que he oído, el simple concepto de Dios es una imposibilidad lógica en el Universo conocido”, pueda sonarles al mismo tiempo desdeñosa y carente de cortesía.

Arrogancia es otra de las acusaciones que hacen. Lo cual me parece especialmente injusto. La Ciencia busca la verdad y no discrimina. Para bien o para mal, descubre cosas. La Ciencia es humilde. Sabe lo que sabe y sabe qué es lo que no sabe. Basa sus conclusiones y creencias en evidencia pura y dura; evidencia que es continuamente actualizada y mejorada. No se ofende cuando datos nuevos aparecen. Abraza la globalidad del conocimiento. No se aferra a creencias medievales porque son parte de la tradición. Si lo hiciese, en lugar de aplicarte una inyección de penicilina, te pegarías una sanguijuela al bajarte los pantalones y te echarías a rezar. Sin importar lo que sea que tú “crees”, tal método no es tan efectivo como la medicina moderna. Claro, siempre puedes decirme: “para mí, funciona”. También lo hacen los placebos. Mi punto de vista es que Dios no existe, no que la fe no existe. Se que la fe existe. La veo todos los días. Pero creer en una cosa no la hace verdadera. La esperanza de que algo sea real no lo hace real. La existencia de Dios no es subjetiva. O existe o no existe. No es cuestión de opiniones. Todo el mundo tiene el derecho a tener opiniones, pero no el derecho a inventarse hechos.

¿Por qué no creo en Dios? No, no y no. Esa es la pregunta incorrecta. ¿Por qué tú crees en Dios? El peso de la prueba debería recaer en el creyente. Tú iniciaste la discusión. Si me plantara frente a ti y te preguntase: ¿por qué no crees que puedo volar? Me dirías: ¿por qué debo hacerlo? Yo te respondería: “porque es un asunto de fe”. Y si insisto con la cantinela: “¡pruébame que no puedo volar! ¡Venga, pruébamelo! ¿A que no puedes probarlo?”; lo mas probable es que te marches, llames a la policía o intentes lanzarme por la ventana mientras me gritas: “pruébalo tú, lunático de mierda.”

Este es, por supuesto, un tema espiritual; la religión es otra cosa. Como ateo, no me parece mal que alguien crea en Dios. Yo no creo que Dios exista, pero creer en él no causa ningún daño evidente. Si el hacerlo te ayuda, de cualquier forma o manera, tienes mi bendición. El problema y mi preocupación comienzan cuando la creencia empieza a limitar los derechos ajenos. Yo nunca te negaría el derecho a creer en Dios. Pero, por decir algo, preferiría que no matases a aquellos que creen en un Dios diferente al tuyo. O que los apedrees hasta hacerlos pulpa porque tu libro de reglas dice que su sexualidad es inmoral. Me resulta extraño que alguien que cree en un poder omnipotente y omnisciente, responsable por todo lo que ocurre en el universo, quiera juzgar y castigar a la gente por ser lo que son. Y, a juzgar por la evidencia, lo peor que una persona puede ser es ser ateo. Los primeros cuatro mandamientos remachan el tema. “Hay un solo Dios, yo soy tal Dios y nadie más que yo y que no se te olvide.” Las referencias a no matar gente no comienzan sino hasta el número seis.

Cuando me toca lidiar con individuos que juzgan con absoluto desprecio mi falta de fe, les digo: “Es culpa de Dios que me ha hecho así”.

Pero, ¿de qué se nos acusa a los ateos?

La definición en el diccionario dice que Dios es “un creador sobrenatural y cuidador del universo.” Incluidos bajo el mismo concepto se encuentran todas las deidades, divinidades y entes sobrenaturales. Desde el comienzo de la crónica documentada, hito que los expertos ubican alrededor de hace seis mil años, con la invención de la escritura por los sumerios, los historiadores han catalogado más de 3700 seres sobrenaturales, de los cuales 2870 pueden ser considerados deidades.

Así que la próxima vez que alguien me diga que cree en Dios, le preguntaré: “¿Cuál de ellos? ¿Zeus? ¿Hades? ¿Júpiter? ¿Marte? ¿Odín? ¿Tor? ¿Krishna? ¿Vishnu? ¿Ra?” Si me responde: “solo Dios. Yo creo en el único Dios verdadero”, le aclararé que eso lo hace casi tan ateo como yo. Servidor no cree en 2870 dioses y mi interlocutor no cree en 2869.

El caso es que yo solía creer en Dios. Me refiero al Dios cristiano.

Amaba a Jesús. Jesús era mi héroe. Más aún que las estrellas de la música popular. Más que los futbolistas. Más que Dios. Dios era, por definición, omnipotente y perfecto. Jesús era un hombre. Su divinidad tuvo que labrársela a pulso. Se enfrentó a la tentación y la venció. Tenía integridad y valentía. Pero era mi héroe porque era considerado con todos. Sin excepción. No se rendía a la presión de los amigos o ante la tiranía y la crueldad. No le importaba de quien se trataba. Te amaba. ¡Qué cacho de individuo! Yo quería ser como él.
Un buen día, teniendo yo ocho años de edad, estaba dibujando la crucifixión como parte de los deberes de mis estudios bíblicos. Tengo que decir que, a esa edad, ya amaba al arte y a la naturaleza y al hecho de que Dios hubiese creado a todos los animales. Tan perfectos. Incondicionalmente bellos. En un mundo tan impresionante.
Vivíamos en un barrio de clase baja, en un suburbio urbano llamado Reading, a unos 60 kilómetros al oeste de Londres. Mi padre era obrero y mi madre ama de casa. Pero a mí nunca me avergonzó la pobreza. La asumía como algo noble. De paso, todos mis conocidos compartían la misma situación y nunca me faltó lo necesario. La escuela era gratis. Mis ropas eran baratas pero estaban siempre limpias y planchadas. Y mi madre siempre cocinaba. Incluyendo el día en que yo dibujaba sobre la cruz.

Estaba sentado a la mesa de la cocina cuando mi hermano llegó a casa. Era once años mayor que yo, así que debe haber tenido diecinueve años en ese entonces. Era tan listo como el que más pero un poco gamberro. Siempre respondón y metiéndose en problemas. Yo era un chico bueno. Iba a misa y creía en Dios, lo que era un alivio para la proletaria de mi madre. Verás, el caso es que en el lugar donde crecí, las madres no aspiraban a que sus hijos acabasen siendo doctores; el deseo más ferviente era que no acabasen en chirona. Así que el tema era criarlos temerosos de Dios para que resultaran buenos ciudadanos, cumplidores de las leyes. En teoría, un sistema perfecto. Bueno, casi. El setenta y cinco por ciento de los Norteamericanos son Cristianos, criados en el temor de Dios. El setenta y cinco por ciento de los reos en América son Cristianos, criados en el temor de Dios. El diez por ciento de los Norteamericanos son ateos; un 0,2 por ciento de los reos son ateos.

Pero a lo que iba. Estaba yo tan tranquilo, dibujando a mi héroe cuando Bob, mi hermano mayor, me preguntó: “¿Por qué crees en Dios?” Una pregunta bien sencilla. Pero mi madre entró en pánico. Solo dijo: “Bob”; pero en un tono que significaba claramente: ”cierra la boca.” ¿Por qué el preguntar tal cosa era algo malo? Si Dios existía, siendo mi fe robusta, poco podría importar lo que opinase la gente. ¡Oh! Pero espera un momento. Todo este intercambio significa que Dios no existe. Bob lo sabe y mi madre, en el fondo, también. Tan sencillo como eso. Inmediatamente comencé a pensar en el tema y a hacer más preguntas y, en cosa de una hora, me hice ateo.

¡Guau! No más Dios. Si mi madre me mintió acerca de Dios, ¿sería posible que me hubiese mentido también sobre Santa Claus? Por supuesto, pero ¡a quien le importa! Sus regalos no cesaron. Ni tampoco los dones de mi recién encontrado ateismo. Los dones de la verdad, la ciencia y la naturaleza. La belleza verdadera de este mundo la descubrí a través de la evolución, una teoría tan sencilla que solo se le ha podido ocurrir al genio más brillante que ha parido Inglaterra. La evolución de las plantas, los animales y nosotros, con nuestra imaginación, libre albedrío, amor, humor. Ya no necesito razones para justificar mi existencia, solo razones para vivir. Y la imaginación, el libre albedrío, el amor, el humor, la diversión, la música, los deportes, la cerveza y la pizza son todas excelentes razones para continuar viviendo.

Sin embargo, para vivir una vida honesta es necesario aceptar la verdad. Es lo otro que aprendí ese día de descubrimientos, que la verdad, por muy dolorosa o incómoda que sea, es lo único que lleva a la liberación y a la dignidad.

Así que, ¿cuál es el verdadero significado de la pregunta: “Por qué no crees en Dios?” Creo que cuando alguien te la formula está simplemente cuestionando las creencias propias. De cierto modo es como si te preguntasen: “¿por qué te crees tan especial? ¿Cómo es que no compartes el lavado de cerebro de los demás? ¿Cómo te atreves a sugerir que soy un bobo y que no iré al cielo, hijo de la gran puta?” Seamos honestos. Si solo una persona creyese en Dios, el tío sería considerado una rareza. Pero dado que es una creencia que tiene gran aceptación y popularidad, es aceptable. ¿Y por qué es popular? Es obvio. Es una proposición con atractivo. Cree en mi y vivirás por siempre. De nuevo, si se tratase solo de un tema de espiritualidad, estaría bien. “Haz a otros…” es una regla de conducta vital maravillosa. Yo procuro vivirla. El perdón es la mejor de todas las virtudes existentes. Pero eso es lo que es: una virtud. No una virtud cristiana solamente. Nadie está en posesión exclusiva de la bondad. Yo soy bueno. Simplemente no creo que tal cosa me la premiarán en el cielo. Mi recompensa está en el aquí y ahora. En saber que he tratado siempre de hacer lo correcto. En vivir una vida decente. Y aquí es donde creo que la espiritualidad extravió el camino. Cuando se transformó en un garrote para apalear a la gente con un: “haz esto o arderás en el infierno”. Créeme: no te quemarás en el infierno pero se bueno simplemente por cojones.
  

 

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