Entrevista a Anthony C.
Grayling: Humanista, secularista y ateo
Un secularista (laicista) es
simplemente alguien que piensa que la religión y los asuntos públicos deben
mantenerse aparte: la separación de la Iglesia y el Estado.
Documento con fecha 28 de
enero de 2013. Publicado el 28
de enero de 2013.
Autor: Rodrigo
Restrepo. Fuente: Revista Arcadia.
Grayling no es
un filósofo en el sentido clásico del término. No aventura originales hipótesis
metafísicas ni escudriña en las profundidades del alma humana. Es más bien un
filósofo en el sentido contemporáneo: un técnico de las ideas, una hormiga de
los conceptos, un típico ejemplar del homo academicus.
En el lado “duro” de su pensamiento se dedica a indagar en las relaciones entre
la mente y el mundo. Usa la lógica para inquirir en la pregunta de si podemos
conocer el mundo, y para contrargumentar las tesis del escepticismo. En su lado
“blando” es un pensador de la ética, de la filosofía de la vida cotidiana, un
contribuyente de la gran pregunta socrática: ¿cómo debemos vivir?
Este es, sin duda, el aspecto más popular y atractivo
de su prolífica obra, que se extiende a treinta libros. Como intelectual
comprometido y filósofo público, Grayling escribe sobre crímenes de guerra,
legalización de la droga, eutanasia o derechos humanos. Es un colaborador
frecuente del Literary Review,
del Times Literary Supplement, de
la revista científica New Scientist o de la radio BBC, entre otras.
Durante tres años mantuvo una columna en el diario The Guardian llamada “The Last Word” (La última
palabra), de la que surgió su libro El sentido de las cosas,
una colección de pequeños ensayos sobre las virtudes, las falacias y los bienes
del hombre contemporáneo. Allí explora ideas como la tolerancia y el racismo,
la fe y la razón, la pobreza, el capitalismo, el arte o la salud. En ese mismo
espíritu de divulgación filosófica escribió El poder de las ideas,
una especie de enciclopedia de bolsillo para el hombre del siglo XXI, en donde
actualiza conceptos como la bioética, el multiculturalismo, el psicoanálisis,
la mecánica cuántica, Internet, la inteligencia artificial y hasta el budismo y
el vegetarianismo.
Miembro de la Real Sociedad de Literatura, de la Real
Sociedad de Artes, del Saint Anne’s College de Oxford, representante del
Consejo para los Derechos Humanos de la ONU y de un larguísimo etcétera de
sociedades y agrupaciones civiles, se yergue como un eminente miembro del establishment intelectual inglés: todo
un candidato a Sir. Como filósofo, nada de tesis atrevidas, nada de
posmodernismo ni de poshumanismo, nada de franceses y poco de alemanes. Ceñido
con celo a la tradición inglesa y muy ajustado al common sense, Grayling es un
organizador de conceptos, mesurado, frío y sobrio.
Excepto quizá cuando habla de religión. Se le
incluye en la corriente del Nuevo Ateísmo, junto a Richard Dawkins (El gen egoísta y El espejismo de Dios)
o Daniel Dennett (Romper el hechizo: la religión como fenómeno natural). Y,
todo hay que decirlo, cada vez que tiene la posibilidad despotrica con todo su
arsenal contra las creencias religiosas.
Usted es un intelectual que ha decidido entrar de lleno en el debate
público. Escribe columnas en periódicos, colabora con suplementos culturales,
es frecuentemente entrevistado en radio y televisión. Desde su punto de vista,
¿por qué es importante el filósofo en la arena pública? ¿Qué puede y debe
aportarle al debate en los medios masivos?
La filosofía trata de las ideas, los debates,
las perspectivas. En cuestiones morales y políticas existe una gran tradición
de pensamiento sobre estos temas. Los filósofos pueden contribuir en algo a la
conversación social acerca de estas cuestiones, no decirle a la gente qué
pensar, sino alertarlos sobre las ideas y las posibilidades.
Uno de sus temas como filósofo público es la ética. ¿Por qué la
importancia de la ética en este momento?
La ética es la indagación en las cuestiones del
valor, en el pensamiento acerca de cómo debemos vivir nuestras vidas, qué clase
de personas debemos ser, cuáles son nuestras responsabilidades con los otros.
Trata de la buena vida, la vida floreciente. Y se relaciona con cuestiones
políticas sobre la buena sociedad, el mejor tipo de sociedad en la cual pueden
florecer buenas vidas individuales.
En su libro La elección de Hércules usted
plantea nuevamente las preguntas socráticas: ¿cómo debo vivir? y ¿cuál es la
buena vida? Dice incluso que el filósofo debería ofrecer indicaciones prácticas
respecto a la ética. ¿Debería el filósofo ser una especie de guía para la buena
vida, como creían los griegos? ¿Por qué parece ser tan relevante hoy en día
“devolver la discusión ética a los detalles prácticos de la vida"?
La filosofía académica se ha vuelto demasiado
técnica y estrecha, demasiado oscura. Sin embargo la filosofía pertenece a todo
el mundo. Pensar en cuestiones morales y políticas debería ser la
responsabilidad de toda persona atenta. Los filósofos no deberían ser los
profesores o legisladores de la humanidad, sino los facilitadores, para
contribuir a la conversación de la humanidad, para recordarle a la gente de las
ideas, discusiones y debates de la filosofía a través del tiempo, de manera que
la gente tenga material para reflexionar, y para formar sus propios juicios
sobre la base de la información, la razón y el debate.
Como intelectual público, usted establece una descarnada disputa contra
la religión, contra todo fundamentalismo y toda actitud moralizadora. Llega
usted a decir que la religión es una “estrecha prisión”, que las creencias
religiosas, “siempre y en todo lugar han sido causa de guerras, intolerancia y
persecución, y han distorsionado la naturaleza humana con posturas falsas y
artificiales”. ¿Por qué tanta crítica a la religión en sí misma, al punto de
considerarla una fuerza en contra del desarrollo de la humanidad? ¿Por qué
rechazarla de tajo como una opción ética y vital válida para el hombre
contemporáneo? Me parece una actitud demasiado radical e incluso peligrosa.
Estoy pensando en la actitud pragmática del filósofo William James, quien
argumentaba que es perfectamente válido asumir la creencia en Dios y probar su
existencia si aquella creencia mejora la propia vida, la convierte en una buena
vida. O en Carl Jung, cuando afirma que las experiencias de lo numinoso (esto
es, lo sagrado), son no solo importantes sino fundamentales en el proceso de
individuación, es decir, en el saludable desarrollo de la psique humana
individual. O también en el filósofo Peter Sloterdijk, quien postula que
estamos asistiendo al retorno, no de la religión, sino de ciertas “prácticas
espirituales”, o procedimientos y sistemas de ejercitación mediante los cuales
los hombres de todas las épocas y culturas han optimizado su estado
inmunológico frente a los riesgos de la vida y de la muerte. ¿Por qué
establecer semejante disputa contra la religión?
Por las razones dadas en los escritos que usted
cita. La religión es una sobreviviente de los tiempos de ignorancia de la
humanidad. La Ilustración nos enseñó que hay muchas posibilidades para unas
buenas y florecientes vidas humanas, y que declarar que solo hay una gran
verdad, una respuesta correcta que todos debemos aceptar, una autoridad que
debemos obedecer y adorar, ya no es aceptable.
Pero la Ilustración también llevó a buena parte del mundo occidental a
los campos de exterminio, así como a nuevas formas de esclavitud, como bien lo
ha mostrado Adorno…
Adorno habla basura. La Ilustración promovió el
pluralismo, la libertad individual, la racionalidad, la democracia y los
derechos humanos. Todo movimiento totalitario –el estalinismo, el nazismo, la
religión– sostiene lo opuesto a estos valores: estos movimientos
afirman que hay una verdad, un camino correcto, que todos deben ajustarse a él,
todos deben obedecer. De allí es de donde vienen los campos de exterminio –de
la contra-Ilustración– no de la
Ilustración. Me sorprende que la gente no vea esto.
Usted es frecuentemente incluido en la corriente de los Nuevos Ateístas.
Uno de los propósitos de este movimiento es contrargumentar públicamente contra
la religión, criticarla y exponerla mediante argumentos racionales en cualquier
lugar en que sus influencias surjan. Aparte de que esta misión no deja de tener
algo de evangelizador, muchos han calificado al Nuevo Ateísmo como agresivo y
discriminatorio del cristianismo. ¿No es el Nuevo Ateísmo una nueva forma de
fundamentalismo? Quizás no un fundamentalismo en el sentido clásico del
término, entendido como “obediencia ciega a la escritura y aliada al
extremismo”, sino un fundamentalismo más sutil y académico, en el que todo
aspecto o rasgo religioso es descartado de entrada –no sin cierta actitud
irónica– o aparentemente superado con “contundentes” argumentos científicos.
¿No sería juego sucio atacar todo elemento religioso desde la lógica científica
de datos y evidencias, cuando la misma experiencia religiosa escapa a dicha
lógica?
Hay una confusión aquí entre ateísmo y
secularismo. El secularismo señala que la religión es un movimiento con
intereses propios y con muchas ganas de persuadir a otros de su punto de vista.
Esto también lo hacen otros puntos de vista. Pero por razones históricas la
religión ha ocupado un vasto e inflado espacio en la plaza pública. El
secularismo argumenta que la religión debería tomar su turno en la fila con
todos los otros grupos de interés.
Entonces usted es un secularista, no un ateo…
Yo soy un ateo y un secularista. Y un humanista:
las tres posiciones van juntas de manera muy natural, aunque desde luego puede
haber también secularistas religiosos, pues un secularista es simplemente
alguien que piensa que la religión y los asuntos públicos deben mantenerse
aparte: la separación de la Iglesia y el Estado.
¿Pero y entonces por qué tanta guerra intelectual contra la religión?
La religión incide más como fuerza para el mal
que para el bien en el mundo, es corrosiva para la vida intelectual y moral de
los individuos y las naciones (es culpa de la religión que la gente buena haga
cosas malas) y obstruye el camino del progreso científico y social.
Dice usted que “la razón es un absoluto que, usado correctamente, puede
dirimir disputas y guiarnos a la verdad” y que a pesar de sus fracasos y
limitaciones debemos aferrarnos a ella. Suele usted oponer la razón a la fe, y
dice incluso que la fe es la negación de la razón. ¿No estaría esta postura
elevando la razón al nivel de un ídolo, un dios, o en sus palabras, un
“absoluto”? Si el universo carece de una estructura racional y la razón, como
decía Nietzsche, resulta incapaz de conocer el universo sin distorsionarlo; si
incluso la naturaleza humana, como sabemos desde Freud, es gobernada por su
dimensión irracional, ¿por qué seguir a estas alturas de la historia de las
ideas elevando la razón al nivel de un “absoluto”?
La razón es la aplicación de la racionalidad.
Racionalidad = ratio = dar proporción a nuestras conclusiones y acciones según
la evidencia y las razones que uno tiene. La razón es nuestra mejor guía y
ayuda para vivir acorde con nuestras mejores evidencias y pensamientos. Usar el
lenguaje de la religión –”ídolos”, etc., etc.– para describir el responsable
compromiso de vivir según la razón y la evidencia es tergiversar el asunto. La
gente quiere que los constructores del avión en el que viajan sean tan
cuidadosos y racionales como sea posible. Y después van a la iglesia el
domingo. ¡Eso es una inconsistencia!
Claro, pero la vida no es un asunto de consistencia, precisamente porque
no es ni lógica ni siempre racional. La razón, sin duda, es una herramienta muy
poderosa y útil, pero mucha gente querrá y necesitará ir a la iglesia para
vivir una buena vida. ¿No es un poco unilateral argumentar que solo la razón y
la evidencia pueden conducirnos a la buena vida?
Repito mi punto sobre el avión en el que usted
está volando. Si sus ingenieros dijeran: “Muy bien, no tenemos que ser
racionales –o tratar de ser racionales–”, el avión de alguna manera aún
volaría, pero usted no querría montarse en ese avión. Usted no debería querer
“volar” en una vida que está perezosamente gobernada por supersticiones
antiguas, impulsos no racionales y hábitos ajenos.
Usted “cree apasionadamente en el valor de todo lo
espiritual” y sin embargo es ateo. ¿Es posible creer en el espíritu dejando a
Dios –o cualquier imagen o idea que de este se tenga– fuera del escenario? ¿Qué
significa esta postura?
Por “espiritual” entiendo algo totalmente
secular y natural: el complejo de nuestras emociones y actitudes intelectuales,
que constituyen una repuesta al mundo y a los otros. Los seres humanos tenemos
una capacidad para el amor, para el gozo estético, para la conexión con los
otros y con el mundo: el disfrute del arte, de la naturaleza, de la música y de
la amistad son, a mi juicio, ejercicios “espirituales”.
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